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El parabrisas laminado cumple 100 años

El parabrisas laminado cumple 100 años

Henry Ford es, sin duda, uno de los personajes más recordados e importantes de la historia del automóvil. Pero quizás no lo sea tanto por la creación del parabrisas laminado, un invento que ahora cumple 100 años y que contribuyó directamente a hacer más seguro el coche.

Antes de la llegada de este tipo de parabrisas, los conductores que sufrían un accidente resultaban heridos de consideración por los fragmentos de cristal que salían despedidos, pero también al atravesar el cristal con la cabeza. Estos vehículos provocaban en sus usuarios un temor sin medida a sufrir un accidente, y las consecuencias de estos también aumentaron notablemente el número de demandas para los fabricantes.

Como antecedente directo de los parabrisas laminados hay que remontarse a principios del siglo XX. Entonces, viajar en automóvil resultaba ciertamente incómodo por la necesidad de llevar gafas que protegiesen los ojos frente al polvo, el viento o las piedras que saltasen en el camino. Pronto se empezaron a utilizar los primeros parabrisas, compuestos por dos hojas simples de cristal que se desplazaban verticalmente. Así, cuando la mitad superior se ensuciaba, el conductor podía plegarla y continuar con su camino con ciertas garantías.

Pero la llegada de esta solución supuso, al mismo tiempo, el inconveniente de la poca seguridad que implicaban estos cristales. Ford ya utilizaba en 1908 sistemas de parabrisas convencionales como opción en su Ford T, aunque Henry Ford no se mostraba muy convencido de la seguridad de estos accesorios, por lo que se convenció de la necesidad de crear cristales más seguros.

Un invento que nació por accidente

Parabrisas laminado

Aunque Ford ha pasado a la historia como el creador del parabrisas laminado para el automóvil, lo cierto es que el cristal laminado como tal fue inventado por Edouard Benedictus en 1903, cuando se le cayó un vaso al suelo y no se rompió en pedazos como era frecuente. El motivo de este auténtico “milagro” accidental es que ese vaso había contenido nitrato de celulosa suficiente como para mantener unidos los pedazos de cristal al caer. Esta casualidad le valió la patente del cristal laminado en 1909, utilizando dos láminas de cristal unidas con una de celulosa en su interior.

Ford conocía de la existencia de este invento cuando decidió trasladarlo al automóvil. Entonces le encargó a Clarence Avery, el “inventor” de Ford, que buscase una forma de poder fabricar cristal laminado de una forma más barata, y que fuese mucho más resistente. El fabricante recurrió a la colaboración con el especialista Pilkington para crear un vidrio más resitente, que empezó a utilizarse en la planta de River Rouge de Ford, de tal forma que ya en 1921 comenzaron a aparecer, de forma opcional, en los vehículos que salían de la planta.

Pronto empezaron a quedar claras las ventajas de este tipo de cristal: impedía que los pasajeros saliesen despedidos del vehículo en caso de impacto, pero al mismo tiempo, ofrecía una mayor resistencia estructural al automóvil en caso de vuelco. Pero no todo eran ventajas: la celulosa de su interior se oscurecía y se volvía frágil con el paso del tiempo, algo que consiguió solucionar en 1938 Carleton Ellis al patentar una resina sintética transparente. Ya a finales de los años 30, todos los fabricantes comenzaron a utilizar butiral de polivinilo (PVB), que hacía estructuralmente mucho más fuerte el vidrio.

Con el paso de los años, la tecnología de fabricación de este tipo de parabrisas ha ido mejorando hasta llegar al punto actual, en el que contribuyen no solo a la seguridad del vehículo, sino también al confort interior. Así, este tipo de vidrios pueden contribuir a reducir el nivel de sonoridad hasta en un 30%, disminuyendo los zumbidos aerodinámicos y el sonido de la lluvia, o bloqueando hasta el 90% de los rayos UV, lo que protege los ojos y la piel de los ocupantes de las plazas delanteras.

Además, se trata de parabrisas que pueden repararse fácilmente. Empresas como Carglass se encargan de ello como alternativa a la sustitución, con lo que el cristal recupera su integridad estructural por completo, y disminuyendo, al mismo tiempo, el impacto medioambiental que se produce al colocar una nueva luna.

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